Su sonrisa me dejó entrar a un mundo que estaba cerrado. Él se protegía de los otros y por eso prefería evitarlos; su mundo es diferente, lo siente como nosotros no lo sentimos y por eso se sentía incomprendido, extraño, ajeno.
Creamos una conexión y su mirada me dijo que la puerta estaba abierta para mí, Descubrí que el mundo no es como nosotros lo vemos, tiene otros olores, otros sabores, otros colores y genera miles de sensaciones de las cuales no somos concientes.
Aprendí que se debe esperar porque él solo puede hacerlo; que puedo jugar con mi voz, con sus tonalidades y volúmenes para que otros se sientan más cómodos, que mis gestos dicen más que una palabra, no siempre necesitamos hablar para decir lo que sentimos, queremos o necesitamos.
Aprendí que jugando es la mejor forma para no dejar de sonreír, que el ritmo nos da vida, nos conecta y bailar es la mejor forma de sentir al otro.
Aprendí, disfrute, crecí y volví a ser niña. Me dí cuenta que debemos soñar con ser diferentes, que nada es imposible y que hay mucho más allá de las barreras de la “normalidad” que nos ciega y no nos deja ver que ¡lo mágico sí existe!
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